Cuáles son las creencias erróneas sobre adelgazar
Creencias erróneas sobre adelgazar
Creencia 1: Para adelgazar hay que hacer una sola comida al día.
Falso. Hay que hacer desayuno, comida y cena, intercalando
tentempiés (pequeña cantidad de comida que se ingiere entre horas).
Creencia 2: La fruta no engorda.
En general, engorda menos que otros alimentos, pero hay
algunas frutas que sí engordan bastante, como los higos o los plátanos.
Creencia 3: Hay alimentos que adelgazan, porque "se comen la
grasa" o porque se gasta más energía en digerirlos que la que dan.
No es cierto. Todos los alimentos engordan, aunque, unos más que otros.
Creencia 4: Las vitaminas engordan.
No sólo no engordan (por sí mismas), sino que son
fundamentales para nuestra salud. Otra cosa es que un alimento con vitaminas
engorde, pero no engordará por ellas, sino por su contenido en grasas, hidratos
o proteínas.
Creencia 5: Para adelgazar, conviene no comer pan.
No es cierto, pues el pan aporta nutrientes importantes,
como hidratos, fibra, proteínas y ciertos minerales. Lo que sí puede ser
conveniente es reducir la cantidad ingerida, pues también aporta calorías, como
es sabido.
Creencia 6: Las bebidas con gas engordan.
Si engordan, será por el azúcar que contienen, pero no por
el gas, aunque éste sí que puede producir otros efectos indeseables, sobre todo
en los niños, como hinchazón del estómago o flatulencia.
Creencia 7: No se debe comer entre horas, pues una determinada ingesta a
media mañana engorda más que durante la comida.
Engorda lo mismo. Lo que sí
puede ocurrir es que se escojan para "picar" productos más
engordantes y menos sanos que los que se toman en la comida.
Creencia 8: El agua engorda
No sólo no aporta ni
una caloría, sino que es conveniente y beneficioso tomarla en abundancia, al
menos dos o tres litros al día. Además, llena el estómago y da sensación de
saciedad. Por otra parte, es indiferente el momento en que se tome, y si es
durante la comida o entre horas.
La mayoría de las dietas recomiendan beber mucha agua, unos
dos litros diarios, pero hasta ahora no se había demostrado que, aparte de un
efecto depurativo, ello tuviese algún resultado sobre la reducción de peso. La
investigación se realizó sobre 14 personas de peso normal, la mitad hombres y
la mitad mujeres, que bebieron el agua bajo estricta observación científica.
A los 10 minutos de beber medio litro de agua, los índices
metabólicos de los sujetos estudiados, tanto en los hombres como en las
mujeres, reflejaron un aumento de la quema de calorías que alcanzó un nivel
máximo del 30% a los 30-40 minutos, comenzando luego a descender hasta alcanzar
su nivel normal al cabo de varias horas.
Según el equipo dirigido por Michael Boschmann, del centro
de investigación clínica Franz-Volhard de Berlín, este efecto, aunque real, no
deja de ser modesto, por lo que el aumento de consumo de agua sólo debe ser
considerado como un factor coadyuvante más en el marco de un plan de adelgazamiento
serio. Los investigadores estiman que una persona que aumentase su consumo de
agua en 1,5 litros diarios (incremento éste muy elevado), al cabo de un año
habría quemado unas 17.400 Kilocalorías suplementarias, lo que supondría una
pérdida de peso de 2 kilos aproximadamente. Esto es: aumentar el consumo de
agua en 6 vasos supone quemar 48 Kcal más.
Este estudio descarta la creencia ampliamente arraigada
entre personas a régimen, de que beber mucha agua adelgaza porque elimina
grasas del organismo.
Creencia 9: Si se abandona temporalmente un régimen, hay que comenzarlo
de nuevo desde cero.
No es cierto, pues basta con continuarlo, aunque no hay que
despreciar los perjuicios producidos durante el abandono.
Creencia 10: Sudar adelgaza.
La costumbre de hacer ejercicio con ropa que transpire poco
o muy abrigados, para sudar más, es equivocada e incómoda. Se pierde más peso,
es cierto, pero sólo de agua, que se recupera en cuanto se bebe lo necesario.
Únicamente el ejercicio realizado nos hace quemar calorías, con independencia
de que se sude mucho o poco.
Creencia 11: A partir de los 40 ó 50 es inevitable engordar.
No es verdad; lo que ocurre es que baja el metabolismo. Si
seguimos comiendo lo mismo y además reducimos la actividad física, engordaremos
inevitablemente. Por eso hay que comer en cada edad lo necesario, pero no más.
Creencia 12: La sal engorda.
Tomarla en exceso produce elevación de la tensión arterial,
y por eso conviene reducir su ingesta.
Respecto al peso, hace que retengamos
más agua, pero ésta no engorda.
Creencia 13: Los hidratos engordan mucho.
Por unidad de peso engordan algo menos que las proteínas, y
mucho menos que las grasas.
Creencia 14: Para adelgazar hay que pasar hambre.
No es ni necesario ni conveniente, pues el hambre puede
producir un efecto de rebote, y podemos tender a "darnos el atracón"
tras pasar hambre. Otra cosa es la "gula", que sí habrá que
controlar, sobre todo por ciertos alimentos que nos apetecen pero no nos
convienen.
Creencia 15: Los anticonceptivos
La utilización de anticonceptivos orales tiene variados
efectos secundarios, pero no aumento de peso, así que podremos optar por estos
métodos (a expensas del criterio médico) sin temor a engordar.
Una amplia serie de estudios de la Universidad de Leiden
(Holanda) y de la Family Health International (USA), podría acabar con una de
las más arraigadas creencias entre las mujeres, hasta el punto de ser la
principal causa para no utilizar este tipo de anticonceptivos, ya sean orales o
en parche. Según la revista "Obstetrics and Gynecology", en algunos
de estos estudios se comparó la evolución del peso de dos grupos de mujeres,
uno que utilizó anticonceptivos orales, y otro grupo de control que tomó
placebos, sin que se pudiera observar diferencia alguna de peso entre las
integrantes de ambos.
La razón de la amplia aceptación de la idea, desmentida por
estos estudios, de que utilizar anticonceptivos orales engorda, quizá esté en
el hecho de que en algunas pacientes puede producirse una discreta retención de
agua en el organismo al comienzo del tratamiento. Por otra parte, puede
aumentar la confusión la contraindicación existente en el uso de estos
anticonceptivos en el caso de mujeres con serio sobrepeso (en torno a un 50 %
más del peso ideal), pero esto no significa, ni mucho menos, que su uso
produzca este sobrepeso.
En todo caso, habrá que seguir el criterio médico a la hora
de decidirse por uno u otro método anticonceptivo, pero no podremos alegar
razones de mantener la línea.
Creencia 16: La obesidad se hereda
Si bien en torno a un treinta por ciento de los casos de
obesidad tienen base genética, para que se manifieste dicha obesidad deben
darse también ciertos hábitos o comportamientos. La identificación de los
factores genéticos que concurren en cada individuo puede ayudar en la terapia
para tratar su obesidad, orientando acerca de qué comportamientos debe
modificar.
Recientes investigaciones dirigidas por Alfredo Martínez,
Catedrático de Nutrición de la Universidad de Navarra, indican que, si bien
muchos casos de obesidad tienen su causa en ciertos defectos genéticos, para
que se manifieste dicha obesidad deben darse también determinadas conductas,
como vida sedentaria, ingesta excesiva de grasas, y otras. Esta diferencia
genética explicaría la razón de que haya personas que comen poco y engordan,
mientras otras comen de todo y se mantienen delgadas.
La importancia de estas investigaciones radica en que abren
una vía para mejorar el tratamiento de la obesidad de cada paciente, según su
perfil genético. Por ejemplo, se ha demostrado que la alteración de un
determinado gen (receptor adrenérgico beta 2) hace que la persona que sufre
dicha alteración engorde si no hace ejercicio con regularidad. Si
identificamos, pues, este defecto genético en un determinado paciente obeso,
deberemos resaltar en su tratamiento le realización de ejercicio, por encima de
la limitación de la ingesta de grasas, por ejemplo, ya que la causa principal
de su obesidad sería la falta de ejercicio.
Igualmente, y por lo que respecta a la metabolización de los
distintos nutrientes, la base genética hace que cada persona metabolice de
forma diferente las proteínas, los hidratos y las grasas. Conocida esta
información genética, podría recomendarse a cada paciente que limitara la
ingesta, preferentemente, de uno de estos tipos de nutrientes, por ser el que
más le perjudicaría en el tratamiento de su obesidad. Así por ejemplo, ya se ha
demostrado que ciertas personas que sufren una mutación en el gen PPAR deben
limitar la ingesta de grasas, de forma preferente a otros hábitos, para tratar
su obesidad de forma más efectiva.
De cualquier manera, es mucho lo que queda todavía por
investigar, pues hasta el momento se han identificado más de 300 genes (de los
30.000 que componen el genoma humano) relacionados con la obesidad: apetito,
termogénesis, depósito de grasa, etc.
Creencia 17: Más calorías, más saciedad
A igualdad de calorías, la capacidad de saciar de los
distintos alimentos no es la misma; si escogemos los que más sacian, la ingesta
total de calorías será menor.
Mucha gente piensa que la capacidad de saciar de los
alimentos es relación directa de su contenido en calorías, y que por ello es
indiferente comer uno u otro porque los que menos engordan sacian menos y
comeremos más cantidad de ellos, hasta consumir una cantidad similar de
calorías.
Sin embargo, recientes investigaciones indican lo contrario:
a igualdad de calorías ingeridas, unos alimentos sacian más que otros. De esto
se deduce que hay alimentos poco convenientes para mantener la línea, pues
sacian menos. Con ellos, tenderemos a ingerir más calorías, pues en general
comemos hasta alcanzar un determinado nivel de saciedad.
En un experimento, diversas personas de ambos sexos tomaron
la misma cantidad de calorías de distintos alimentos, y se valoró a
continuación cada 15 minutos la sensación de saciedad que experimentaban. Se
comprobó así que los alimentos que más sacian (recordemos, a igualdad de
calorías) son aquellos ricos en proteínas (pescado, carne, legumbres). A
continuación, también con una alta capacidad de saciar, los abundantes en
fibra, hidratos y agua: frutas, verduras, arroz, pasta y pan. Por último, los
que menos sacian son los ricos en grasas: bollería, galletas y similares.
De lo anterior podemos sacar importantes enseñanzas
prácticas en orden a mantener la línea, pues parece evidente que, respetando
siempre la necesaria variedad alimenticia que nos garantice una nutrición
saludable, es preferible consumir más proteínas, fibra e hidratos y menos
grasas, pues aquellos nos saciarán más y al final tomaremos menos calorías.
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